domingo, 19 de enero de 2014

La Locomotora Mañalich - La Habana IV







Uno de los lugares que más nos conmocionó fue descubierto por casualidad. Un día paseando por detrás del Capitolio encontramos un cementerio de locomotoras de vapor centenarias. Estaban en un solar cerrado con verjas en su perímetro, justo en la esquina entre la calle Dragones e Industria. Habíamos dejado pendiente una visita más detenida de este lugar.

Cuando volvimos 11 días después de nuestro pequeño recorrido por Cuba pensábamos que aquello podría haber sido un sueño y que esas antiguas locomotoras no estarían allí.





Pero allí estaban esas maravillas de otra época. Los tres nos quedamos con la boca abierta, observando detenidamente aquellas preciosas máquinas situadas en pleno centro de La Habana.
Dos hombres que estaban en una especie de acceso a esa parcela tan especial, nos dijeron amablemente que podíamos pasar ante nuestra sorpresa. Y así lo hicimos encantados.
Allí había muchas locomotoras, algunas habían sido restauradas del todo, otras a medias. Pero las más espectaculares eran aquellas en las que el hombre no había puesto su mano en 100 años. Con los colores originales de su antigua vida y grandes lenguas de metal retorcido saliendo de sus viejos chasis.
Las locomotoras se restauraban allí mismo a cargo de la Oficina del Historiador de la Ciudad para posteriormente crear un museo al aire libre, nos comentaba el trabajador que nos dejó pasar. El museo se situará en la calle Agrimensor, justo al lado de la Estación Central de Ferrocarriles, en La Habana vieja, a pesar de que ya hay un museo del Ferrocarril en la estación de Cristina, donde se recoge la historia del ferrocarril en Cuba.






La parcela donde humeábamos aquellas momias metálicas tenía un cartel con el patrocinio de Partagás, así que los humos cubanos patrocinaban los humos de aquellas antiguas locomotoras de vapor.
Pero curiosamente esas locomotoras restauradas y repintadas tenían unos colores y unos metales que acentuaban la belleza de las viejas vírgenes. En las restauradas se podía apreciar esa nueva puesta de largo que apagaba su auténtico esplendor. En cambio en las viejas locomotoras de vapor oxidadas, llenas de barro, musgo y plantas creciendo en sus entrañas la belleza era única. Rodeadas de grandes edificios, eran como un espejismo maravilloso en pleno centro de La Habana.
Es una de las visitas más recomendables para ver con niños, aunque hay que aclarar que no es un museo, sino una zona de trabajo, y andar entre ellas tiene sus peligros, aunque con las adecuadas precauciones todo se puede ver. Aun así, hierros picudos y de todos los tamaños se ven por el suelo o saliendo directamente hechos jirones de las locomotoras.
Nos subimos a alguna de ellas, pero yendo con sandalias podíamos comprobar lo expuestos que estábamos, ya que los suelos de las máquinas, hechos de planchas de metal, no estaban uniformemente lisos, sino que se levantaban peligrosamente, junto a marcos de ventanas cortantes y salientes.
En fin, que merece la pena pero con cuidado. Con esa premisa no pudimos resistirnos a explorar todas las máquinas a fondo.
Casi todas reposaban en un pequeño tramo de vía. Las restaurabas lucían muchas de ellas en negro y plata principalmente, con algo de rojo y dorado, a otras se añadía el verde.
Algunas locomotoras llevaban un vagón detrás ya restaurado, mientras la máquina continuaba llena de oxido, plasmando un contraste espectacular.










Una de ellas , justo debajo de la chimenea, tenía una capa de musgo, hierba y otras plantas desconocidas que habían colonizado los lodos y mugres que la locomotora había acumulado en sus años de retiro forzoso. Sólo sus gigantescas bielas, entre rueda y rueda, todavía mantenían su antiguo esplendor, con un vistoso color rojo.
Otra, ya semirestaurada, se mostraba como un enorme armadillo con relieves de enormes clavos de acero en color café y con unas ruedas descomunales.
Algunos de los centenarios artilugios de vapor, alimentados con carbón, dejaban ver el interior de su tambor cilíndrico, al estar sin tapa su parte delantera. La locomotora B58 CAI PETITO TEY 1358 se mostraba también hueca y con una especie de guardábarros rojo con tonos azulados.

Pero la más maravillosa de todas era la locomotora 1351, en azul cobalto desgastado que todavía tenia serigrafiado en un lateral el nombre de la empresa para la que por muchos años trabajó y acarreó sus mercancías: E. M. P. azucarera G. A. MAÑALICH
Retorcida por varias partes de su maquinaria, le conferían una belleza más singular que a las demás, a pesar de estar en un rincón, como apartada. El gris tenebroso del cielo en ese momento de la tarde le aportaba un aspecto especial a su preciosa toquilla azul. Varias estrellas rojas se repartían estampadas por diferentes partes de su anatomía metálica y su tapa delantera estaba abierta, como una branquia gigante ansiando aire. Una de sus chimeneas luchaba ladeada a medio vencer y faltaban algunas ruedas, coja en alguno de sus lados.
En la retaguardia, el vagón del carbón tenía “levantada la tapa de los sesos” el techo estaba desprendido casi por completo, dando un toque dramático y épico la preciosa locomotora.
Hugo, Marga y yo la exploramos a fondo e incluso subimos a la cabina del conductor, imaginándonos maquinistas que remolcaban azucares y cañas por las verdes tierras cubanas.







Tb así; en otro lugar lo reescribí:

"Retorcida en varias partes de su maquinaria y una belleza  singular que 
aportaba su preciosa toquilla azul cobalto desgastado, la locomotora 1351 
todavía tenía serigrafiado su nombre en el costado:  E. M. P. AZUCARERA G.
A. MAÑALICH.
Su tapa delantera estaba abierta, cual branquia gigante ansiando aire.
Una de sus chimeneas luchaba ladeada a medio vencer y faltaban algunas
ruedas a babor.
En la retaguardia, el vagón del carbón tenía levantada la tapa de los sesos. 
En otros tiempos  atravesaba Cuba  remolcando su mercancía mezclada con
el salitre de los braceros, estibadores de sueños dulces". 


gtrevice





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